Escribir requiere de magia; algo así como cuando un centenar de partículas generadas por la vara de un elfo maestro logran deslumbrarnos por su cuantía y belleza.
Se trata de poder distinguir la diferencia entre tonos verdes y azules sobre el elegante rostro de cualquiera de esos seres que llegaron a conquistar lo híbrido entre lo humano, lo místico y lo natural. Algo así como besar una rosa y darse cuenta de que su néctar pudo haber rociado nuestros labios con la misma pasión.
Imaginar, no obstante, trata sobre mucho más que el arte de escribir: sin imaginación no hay escritos, no hay arte, ni pasión. El mundo dejaría de rodar por los cimientos invisibles del espacio para detenerse en una lenta agonía, propia de quienes han dejado de imaginar... o no lo han hecho nunca.
1 notas:
De casualidad, acabo de encontrar este fragmento de texto en mi buzón de correo electrónico. Hace poco más de un año lo redacté -junto a otras palabras- a una amiga. Ahora lo hago público, pues a pesar de lo "poético" que pueda sonar, me ha gustado volver a leerlo.
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