El anhelado momento

Aceras desbordadas de personas llenaban de vida un perturbado ambiente. Los basureros de cada esquina hacían contraste con la ilusión prometedora de audiovisuales que maniobraban desde lo más alto de las edificaciones. Desespero, consumismo y vicios irrefrenables transgredían aún más la armonía en decadencia de las multitudes.

Sin embargo, nadie se negaba. Todos obedecían ciegamente a los procedimientos habituales impuestos por los antiguos reglamentos. Ni los más desequilibrados eran capaces de cuestionar las normas. De todos modos no había por qué molestarse en ello. Ni la salud, ni las ideas, ni el tiempo otorgaban lo necesario para sobrepasar los límites. Aún así, algo inquietaba a las multitudes.

Los oficios y las relaciones interpersonales eran sumamente tediosos. Había tan poco placer en vigilar la perfección de los procesos automáticos de una maquinaria, como en regalar una flor siguiendo los métodos aprendidos en la escuela. En los callejones más vacíos de las metrópolis no se escuchaba siquiera una voz de protesta; pero todos sabían que algo fallaba.

Entonces, antes de la desesperación y el caos, surgió el momento. Era un instante que envolvió a todos de un modo asombroso: desde los más ilusos hasta los que esperaban de forma natural la muerte. Ya nadie hablaba de lo mismo. Ahora se referían al momento.

Hubo hasta quien derrochó toda su fortuna. Otros, a cambio, ofrecieron largas horas de compromisos voluntarios. Caminar por gigantescos prados virtuales o disfrutar de una playa diseñada por expertos programadores se convirtió en el más grande anhelo. Todos querían deleitarse con los placeres que ofrecía el ciberespacio.

Las grandes pantallas mostraban imágenes perspicaces que reflejaban las maravillas del nuevo mundo. El carácter seductor de la nueva oferta era irreprochable. Las solicitudes crecían exponencialmente. Era como otorgar la vida después de la muerte. La gente deseaba olvidar la realidad y disfrutar para siempre el momento.

Llegó el día de conectar los cerebros. Las horas transcurrían. Las calles vacías. Las industrias llenas de cadáveres. Mientras tanto, un selecto grupo de personas celebraba el éxito de su campaña mediática en una lejana residencia.

2 notas:

Alejandro Cuba Ruiz dijo...

No me cabe duda de que el libro Los mercaderes del espacio, de Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth (y quizás su secuela) influyó definitivamente en mis pensamientos. No significa que cada día tenga ideas post-apocalípticas, de un futuro oscuro e incierto. Pero de vez en cuando -a raíz de lo que sucede a en el mundo a diario, y lo que no tiende a suceder-, me entretengo a imaginar sucesos. En los primeros días de febrero de 2006 dejé plasmado en una hoja digital de Microsoft Word una breve nota de ficción sobre uno de ellos, que aquí reproduzco tras editar algunos bugs de redacción.

Anónimo dijo...

Muy interesante ese final apocalíptico... Nos da una idea del poder que puede obtener una campaña mediática. La manipulación de los medios de comunicación ha demostrado ser efectiva para corromper algún que otro cerebro.

Off-topic: Excelente blog...

Salu2;
Josh.