Poco antes del ocaso, se tensaban las costuras sobre el bastidor. Entre hilvanes de lino, las gotas de césped disolvían sus matices en una pasta de semillas mezcladas con aceite secante.
Eran sus manos que tejían un bosquejo de carboncillos para trazar el horizonte, donde el pincel de cerdas duras refinaba el salpicar de las motas de nube desprendidas por la brocha de tejón de pelo suave.
De la brisa que reseca los pigmentos el pintor no se percata. Concentrado en el reflejo del río, graba su imagen bajo la sombra de un árbol. Tararea técnicas para tensar una tela, y se observa a sí mismo preparando los detalles de cada nueva perspectiva encuadrada en el paisaje.
Ya es de noche, y vuelve a susurrarse al oído. Pero el eco oscila tan lento a través de tantas capas de óleo, que detiene la vista en el silencio de donde aún sus calcos no han armado un bastidor para poder escucharse. Hasta el próximo día, cuando el alboroto del taller despierte al pintor decidido a aplicar barniz desde el interior del lienzo, donde se encuentra atrapado entre aguadas y empastes.
1 notas:
No se asomó ni a la lista de los 30 finalistas del concurso de minicuentos "El Dinosaurio 2009", pero me llené de satisfacción al escribirlo.
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